26 nov 2010

LOS MODERNOS



LA TRIBU HA MUERTO
"En los últimos años se ha vivido una enorme escisión dentro de las subculturas clásicas. En la era analógica éstas se estructuraban alrededor de la música. Hoy lo hacen alrededor de la estética. Al ser esa una estética facilitada por las marcas, las subculturas no buscan ninguna ruptura, no se definen en contraposición al sistema. Anulado el conflicto social, la única forma de diferenciarse de los demás es la estética. Incluso los que se definen como punkis visten ropa de marca".
Así explica Marta Belmonte, directora de la compañía de investigación de tendencias Entropía y profesora de coolhunting en el Istituto Europeo di Design (IED), la total destrucción de las barreras entre distintas subculturas juveniles, acaecida durante el advenimiento de la cultura digital y sus 15 megas de fama, la democratización de la moda y la conversión de la ideología en accesorio de temporada.
"Ya no hay perfiles definidos, todo se halla en constante transformación, por lo que quienes nos dedicamos a analizar estos aspectos de la sociedad prácticamente debemos abandonar la intención de teorizar y abandonarnos a la especulación. Se debe cambiar por completo el paradigma desde el que se narra el presente", apunta Mery Cuesta, crítica de arte, comisaria de exposiciones, dibujante de cómics y baterista.
El amplio abanico profesional de Cuesta entronca a la perfección con un universo juvenil en el que los góticos han sufrido una OPA hostil por parte de los fans emo de Crepúsculo, los skaters parecen fresas, Zara vende ropa rocker y hasta los punkis se han vuelto marquistas.
"No surge nada nuevo porque a nada se le da tiempo para desarrollarse", interviene Paolo Hewitt, escritor británico experto en subculturas y moda. "Existen muchísimos más medios de comunicación ahora y todos ellos están constantemente buscando algo nuevo de lo que hablar. A los chavales no les gusta verse reflejados en los periódicos, por lo que las subculturas, al menos para ellos, mueren en el momento en que son institucionalizadas por los medios. Al haber tanta prensa, se sacan a la luz pública movimientos que están en fase embrionaria y no se les permite desarrollarse. Así, sólo hay transformación o transfusión de elementos entre unos y otros, pero nunca se posibilita el surgimiento de algo realmente nuevo. En 1967 el movimiento northern soul se originó en un club de Manchester. Sólo lo conocían los que allí iban a bailar. Siete años más tarde, la BBC hizo un documental sobre la escena y la mató. Ya nadie quería ser parte de eso que salía en la tele".
Reducidos los campos de expresión a lo meramente estético, algo habitual en Asia, auténtico motor de tendencias globales sin fundamento cultural, las marcas de moda se convierten, en muchos casos, en los verdaderos ídolos. Olvídense de la tan cacareada teoría de que los futbolistas son las nuevas estrellas del rock. H&M es hoy la estrella definitiva. Y H&M cada seis meses debe vender algo diferente. Como apunta Jaume Vidiella, estilista y profesor del IED, "cada vez hay menos interés por la cultura. Así, siempre podrás vender un revival porque siempre habrá alguien que aún no se lo ha puesto".
La desaparición de las fronteras entre diferentes tribus urbanas, que ya no se definen en contraposición unas de otras, sino que se miran para copiarse los estilismos, ha llevado a un desmantelamiento de las barreras tradicionales entre la moda juvenil, con el componente rebelde que se le atribuía, y la moda a secas, con el componente gregario que siempre conlleva.
"Las masas se infiltran en estas subculturas a través de la versión diluida que las marcas les ofrezcan", comenta Belmonte. Así, por ejemplo, podrán todos vestir abrigos de aires victorianos a lo steampunk, pero sin llegar al punto de ponerse las gafas de aviador de principios del siglo XX que son parte vital del uniforme.
Al mezclar estos elementos patrocinados por las firmas con otras aproximaciones a diferentes subculturas que puedan coexistir en el momento, se acaba creando otro mestizaje meramente estético. El crossover estacional promocionado por el mundo de la moda es, de alguna manera, la última afrenta al concepto tradicional, combativo y monolítico de la subcultura juvenil. "Ahora, las subculturas parecen alegrarse de ser tenidas en consideración por las grandes marcas y los grandes medios", señala Belmonte. Para Vidiella toda esta paradoja arrancó en la década de los noventa cuando "Prada, Gucci o Marc Jacobs buscaron renovar el universo del lujo mediante el sexo, drogas y rock and roll. Entonces llegan las jóvenes gamberras y millonarias, como Paris Hilton o Kate Moss, y las marcas de lujo se popularizan entre los más jóvenes. El resultado es que una señora de 50 años puede vestir la misma prenda de inspiración rockera creada por Marc Jacobs que su hija".
Esta invasión del universo juvenil por parte de unos padres empecinados en no crecer y unas madres que visten como adolescentes desbocadas conduce a un sálvese quien pueda en pos de una identidad individual. Una que no pueda ser absorbida por el complejo de Peter Pan de los progenitores, ni tampoco por el dogmatismo underground de unos hermanos mayores siempre dispuestos a pontificar sobre la pureza de las subculturas.
La única manera de ser diferente al padre es correr más rápido. "La porción del underground que ha tomado los círculos de poder es inmovilista e insiste en imponer sus viejos referentes", recuerda Mery Cuesta. "Básicamente gente que nació en los sesenta. Las siguientes generaciones han crecido con la predisposición a absorber los cambios".
Los híbridos imposibles
Esto es lo que ocurre cuando miembros de las tribus abandonan sus postulados éticos clásicos para abrazar elementos estéticos de estilos ajenos.
'Hipster-bakala-reggaetonero'. "Muchas de las subculturas del Reino Unido tienen su raíz en el acercamiento del público blanco a la estética y a las músicas de las culturas inmigrantes, especialmente la caribeña y la cultura negra de EEUU", recuerda Paolo Hewitt. Así, el gran flujo de inmigrantes llegados desde Sudamérica a este país ha desembocado finalmente en un abrazo más cultural que turístico de su estética y su música. Además, la aceptación por parte de la gente más fina y moderna de que, en muchos aspectos, el extrarradio les puede dar un par de lecciones de cómo pasárselo bien ha desembocado en esta mezcla de elementos hipster (pitillos) con tradiciones bakala (chándal o anorak) y ritmos de cruce como el reggaeton o la electrocumbia. Como los hippies españoles, que en los setenta escuchaban a Víctor Jara y vestían ponchos, pero sin posicionamiento político y con más drogas.
'Skate-punk-emo-pijo-rapero-hipster'. Mientras viejos skaters se retiran de los half pipes con los huesos maltrechos y cambian el patinete por la moto para recoger al niño del cole, las nuevas generaciones van, poco a poco, abandonando los aires hardcore yanquis de su ética y estética para abrazar distintos elementos hip-hop. Por motivos funcionales se descarta el pantalón cagado: hipsters, hay más modelos skinny jeans para escoger, emo, el corte de pelo, pijos, marcas como Vans o DC Shoes llegan a la zona alta y traen de vuelta a niños bien, y punkis, está en los genes de una subcultura que sí ha sabido mantener cierta fidelidad a sus sonidos.
'Rapero-golfero-blingbling'. A mediados de la pasada década, una sesión de fotos que mostraba a la banda Outkast vestidos de golfistas finiquitaba la era carcelaria, iniciando una época en que los raperos lucían trajes de Louis Vuitton y se sentaban en primera fila en los desfiles de moda. Estrellas del género, como P. Daddy, fundaban marcas de moda cuyos preceptos mezclaban hip-hop con osadas aproximaciones a la alta costura. Incluso Marc Ecko, paradigma rapero, anunciaba sin complejos su intención de convertirse en el nuevo Ralph Lauren. El resultado es un estilo de nuevo rico, pero con alma de barrio, como cantaba J.Lo, en el que el Gran Gatsby, en vez de escuchar jazz, invita a Jay Z a actuar en sus fiestas. Y hay un presidente negro en la Casa Blanca.
'Rocker-pin up-burlesque-pichicateado'. Después de un par de años de tímidos intentos por la recuperación de la estética de los cincuenta, que si unas Ray-Ban Clubmaster por aquí, una cazadora college por allá, el revival de aquella década ha llegado por fin y sin complejos a los escaparates de Zara. Eso sí, como apunta Mery Cuesta, con ciertos matices: "cuando se recupera una subcultura, como podría ser el caso actual de los rockers, se hace mediante los elementos que son recuperables. Ya no vale una recreación demasiado Memphis del tema, porque ir a Memphis ya no es mitológico, es algo que casi todo el mundo puede hacer. Así, se debe sazonar con elementos tomados de la cultura motard, del burlesque, del custom...".

SER 'HIPSTER' EN ESPAÑA
Un moderno español es alguien que ha copiado algo a alguien que a su vez lo copió a otra persona, pero dos años antes aproximadamente" (Joaquín Reyes).
"Nos vestíamos con ropa de verdad, no como putos mecánicos, que era el uniforme oficial de las bandas de la movida. Cada vez que bajábamos a Madrid nos partíamos el culo con lo que llevaban. '¿Dónde habéis comprado eso?', preguntaban. Putos pringaos. Un ex colega fue a la cárcel por narcotráfico. Al salir, decidió que lo de la droga era peligroso: se iba a dedicar a importar ropa moderna de contrabando". Así resume Jorge Ilegal, un tipo al que jamás nadie pudo acusar de seguir moda alguna, cómo de frustrante podía ser tratar de adherirse a la estética de cualquier movimiento juvenil en la España posfranquista.
A pesar de que hoy puede resultar harto complejo diferenciar un moderno londinense de uno argentino, sigue existiendo una idiosincrasia local que ejerce de filtro. Ésta puede manifestarse en la nomenclatura de las cosas (floggers, hipsters, bobos…), en el éxito o fracaso de algunas tendencias (el ruralismo estético a rebufo de Fleet Foxes no cuajó aquí, del mismo modo que el punk poético y yonqui de Pete Doherty jamás despegó en EE UU) e incluso en el modo en que uno vive su propia modernidad (en Francia es seria y analítica, en EEUU está más ligada a las posibilidades de proyección profesional, y en España es infantil, irónica y resabiada). "Aquí no cuaja nada que no tenga que ver con los ochenta y la movida. Las nuevas generaciones vuelven a esa cultura una y otra vez", apunta la ilustradora y dj Silvia Prada. Entre matar al padre y acostarse con la propia madre, nuestra modernidad escogió lo segundo. Y ahí estamos, 30 años después, con Alaska en portada.
El gafapasta, cada vez más presente aquí, es el intento de dotar de conocimiento académico al moderno y de imponer al resto sus gustos como si de verdades universales se tratara. Ha terminado en caricatura. Su reinado arranca con el logro de convencer a la masa de las bondades de Lars Von Trier o Björk, pero empieza a ser cuestionado con el advenimiento de la doctrina hooligan: "No lo entiendo, es una mierda".
"Barba o bigote, cortes de pelo imposibles, American Apparel, skinny jeans, tabaco de liar y parecer todos gays". Estos son, según Silvia Prada, algunos de los elementos globales que han cuajado aquí. "En España se lleva más el sentirse miembro de un grupo que el individualismo. Ahora en Nueva York hay mucho rollo dandi. Aquí no creo que cuaje, ya que en EEUU los hipsters, al menos, muchos de ellos, tienen oficio y beneficio", sentencia el fotógrafo Icanteachyouhowtodoit.
"El humor chanante ha conectado con los modernos porque están acostumbrados a que les gusten cosas que no terminan de entender", apunta Joaquín Reyes, que ha apelado a la broma cultureta y a la nostalgia ochentona desde parámetros ibéricos. Un cóctel genial de surrealismo patrio, metafísica rural y sociología pop. El éxito de su propuesta corre paralela al éxito de bandas como Los Punsetes o Klaus & Kinsky, y a la recuperación del español como idioma oficial del indie patrio.
Xavi Sancho, El País, 26-11-2010
Rur