6 mar 2012

TODO ES MODA (PARTE I)


“Si la moda es tu profesión, / entonces, cuando estás desnuda, supongo que debes estar desempleada” (Underwear, Pulp, 1995)
Universal contacta con Tommy Hilfiger para que les haga de asesor y les saque del embrollo. Lady Gaga presenta sus canciones en un desfile de Thierry Mugler. Beth Ditto tiene una línea de moda. Azealia Banks actúa en casa de Karl Lagerfeld. Converse junta a James Murphy, Damon Albarn y Andre 3000 para un proyecto alternativo (ríete tú de Nation Of Ulysses). La prensa coreana responsabiliza a las bandas de k pop como SNSD de que su país sea el cuatro territorio con mayor facturación para Louis Vuitton en todo el planeta. Burberry lanza un sello musical. Victoria Beckham ya no quiere aprender a cantar, pues su firma de moda factura 70 millones de euros. Mark Ronson diseña unas zapatillas para Gucci, y juntos promocionan una aplicación (600.000 descargas) para Iphone compuesta por temas escogidos por el dj. Diesel. Lacoste o Express organizan las mejores fiestas durante el festival Coachella, mientras las discográficas regalan sombrillas…. ¿Y dónde queda Adele en todo esto? Bueno, Adele es al pop lo mismo que Meryl Streep al cine. Y es que pensábamos que la tecnología era el nuevo rock, pero era la moda la que se apoderaba de la industria. Creíamos que los futbolistas eran las nuevas estrellas, pero los estilistas les adelantaron por la derecha. Pensábamos que la frontera entre mainstream y undergournd se difuminaba, mientras las blogueras de moda, de madrugada y subidas a sus Louboutins, levantaban un muro divisorio, y llamaban a Bansky -porque ellas lo valen- para que lo customizara. Aquí va la primera parte de un recorrido por cómo, desde que Britney Spears apareció vestida de colegiala en Baby One More Time, la moda, a razón de dos embestidas por año, se ha ido apoderando de la industria musical. Si Steve Jobs lo llega a saber, se come el Ipod.
I
El sexo es un país extranjero (aclaración previa)
La idea tradicional adherida al concepto de pop es la de sexo. Como la política y la moda, las cosas del meter también han inspirado su ’todo es sexo’, sólo que en esta ocasión no es cierto. Además, hablar de sexo es la cosa más aburrida del mundo, y practicarlo, pues, bueno, como la sinceridad, está pelín sobrevalorado. A lo que íbamos, que el clásico nos cuenta que todas estas mujeres satinadas, photoshopeadas y autotuneadas nos venden sueños húmedos, pulsiones hormonales, fantasías eróticas y demás formas de anticipar el fornicio, además de alguna que otra buena melodía. La idea es que los chicos querrán acostarse con ellas, y las chicas ser ellas. Esta teoría opera al revés de la que explica que si tienes un bar, es mejor poner un tío guapo que una tía buena detrás de la barra. Los chicos irán a pedir más, pero no les seguirán las chicas, sin duda, son las criaturas más elusivas de la creación. En cambio, las mujeres irán a chequear de cerca al guapo y, tras ellas, como ha pasado desde el principio de los tiempos, llegarán los hombres (ver El Diario De Adán y Eva de Mark Twain para más info). Pero este ‘principio de los vasos comunicantes en la barra’ resulta hoy excesivamente sofisticado para una industria musical que, en la mayoría de los casos, opera bajo estas dos premisas: ‘traedme a los nuevos X’ y/o ‘vamos a lanzar algo nuevo y revolucionario que sea exactamente como X’.
Esto ya no es exactamente un concurso de zorras pues, sino más bien un desfile de repollos. El panorama pop global está dominado por mujeres, no por motivos sexuales, como advertimos antes, sino por razones estéticas. Para decepción de David Beckham, el armario femenino sigue siendo más rico, atractivo y llamativo que el masculino, y como lo que estamos vendiendo aquí es moda, no música, es inevitable que las protagonistas deban ser ellas, cuyo talento está al servicio, no de su público, de su sello o incluso del productor de moda, sino de su diseñador de cabecera, de la firma de alta costura que las vestirá en la próxima alfombra roja y les pagará por tuitear y de esta nueva estirpe de estilistas estrella, que son a la moda lo mismo que los djs fueron a la música. Los premios se dan en la alfombra roja, los productos se venden en los vídeos musicales.
Todo puede ser moda y dejar de ser sexo porque hoy las chicas no quieren ser ellas, sino que esperan que algún blog les cuente cómo pueden vestirse como ellas. Y los chicos, bueno, los chicos son gays. En los conciertos de Rihanna, o de Kylie poner un guapo en la barra es un desperdicio, porque a los que se manda a por bebidas es a los heteros. Son los únicos que, de cualquier modo, iban a salir de la sala sin poder enumerar los cambios de vestuario del show.
…Y ahora, un heterosexual fan de Kylie, un gay seguidor de Rihanna y una chica fascinada con Madonna le dan a la caja de comentarios que hay al final de esta entrada y…
II
Adiós indie, hola hipster
En 1999 Britney Spears lanzaba Baby One More Time. Como todo el mundo que no haya estado en coma o en Kamchatka (…y ahora un ruso y Sandra Bullock en Mientras Dormías le dan a la caja…) los pasados 13 años sabrá, el tema fue un éxito global, y su vídeo aún más. Britney vestía de colegiala y, por primera vez, tras unos aciagos años dominados por boy bands o por grupos como Destiny’s Child, tan guapas y tan buenas que era pecado capital alabarlas con la mano libre, la crítica (formada en su mayoría por señores en la treintena con agorafobia) parecía convertirse en público objetivo de un fenómeno pop. Britney era diferente. Era fea, cantaba de pena, su tema era malo hasta ser bueno y su vídeo anticipaba el concepto cutre que mola antes de que Instagram se propusiera crear una generación de daltónicos. Así pues, con la aquiescencia de una crítica fascinada por la puesta en escena, y con su primera erección desde el 84, el público indie abrazó el fenómeno, provocando un cambio de paradigma tan sorprendente como complicado de gestionar. Travis hacían una versión acústica del tema que era el punto álgido de sus conciertos, las indie discos la pinchaban y los niños de colores la bailaban. Britney molaba. La industria ya no era el enemigo. La ironía se apoderaba de la nación underground. Se iba el indie y llegaba el hipster.
Durante unos años vivimos la falsa ilusión de que la frontera entre mainstrean e indie se estaba difuminando. Era la consecuencia lógica de una década de dieta a base de Nirvana, Oasis y Blur. Beyoncé era la leche, Kylie se reinventaba y lo partía en minishorts, Madonna iba al gimnasio y volvía con un sampler de Abba y un exitazo de dimensiones cósmicas. Todas estas canciones eran igualmente amadas por lectores de Rockdelux y lectores de sms. Curiosamente, y confirmando que, en realidad, lo que nos sucede hoy día no es que las cosas vayan muy rápido, sino que hay muchas cosas que van muy despacio a la vez, aún encontramos individuos convencidos de que la frontera entre alternativo y masivo sigue siendo difusa, cuando en realidad es una frontera más infranqueable que el paralelo 38, el que divide las dos Coreas. Atrapados en 1948 sin poder salir.
¿Qué pasó, pues? Simplemente, la industria del disco se quedó sin fondos, y a su rescate llegaron la de la tecnología y la de la moda. La primera quería su dinero, la segunda, su glamour. Y como los principios son más fáciles de hipotecar que los cuartos, la industria se levantó en armas contra la tecnología, dándole una razón de ser a Enrique Dans, y se plegó a los designios de la máquina del trapo, que venía la mar de fuerte gracias al auge del bling bling, pero también a la democratización de todos los trapos, propiciada, en gran medida, por el advenimiento de una serie de marcas que se dedicaron a copiar en tiempo real. Menswear reclaman el copyright del truco y telefonean a Amancio Ortega, quien pide que se subtitule la llamada.
“En el pasado, la única forma que tenía un músico de poseer ropa de diseño era robándola” (Michael Schmidt, diseñador)
III
Viejas zapatillas para la nueva ceremonia
Mientras, en el Lower East Side, los puertorriqueños, los judíos y los griegos veían como el barrio se empezaba a poblar con una nueva estirpe de jóvenes pálidos y delgaduchos con guitarras. Se parecían a los de 1974. Vestían como los de 1974. Pero pagaban sus consumiciones y cedían el asiento a las viejas en el autobús. Cinco de estos jóvenes formaron una banda llamada The Strokes. Su disco de debut forzó el que es, tal vez, el último cambio de escena en el mundo undergound que ha tenido una repercusión en la industria del disco, y la última moda nacida del rock que ha pillado por sorpresa a la industria de la moda. Antes de ellos, los artistas ponían algo de moda. Después, los artistas se han puesto lo que su estilista les ha dicho que es moda. Y es que, a partir de ellos, la sucesión de escenas alternativas solo servirán para que, en las reuniones de los viernes, los becarios de los shoppers o las agencias de publicidad les vacilen un poco a sus jefes. Consumo interno en la incomunicada isla de la música avanzada. Vale, Britney tiene 30 segundos de dubstep en un single, pero la infiltración del estilo en lo masivo es más una ensoñación crítica –añoranza de aquellos tiempos en que alguien se compraba un disco por una crítica- que una realidad tangible y, sobre todo, comercializable.
Al lío. Strokes introducen el rock en las revistas de tendencias, poniendo de moda un look desastrado vintage, que es la versión grasienta y neoyorquina de aquel primer arrebato de tienda de segunda mano que con el grunge propulsó la venta de ropa militar y el saqueo del armario del abuelo, y que, más tarde, con el britpop, invitó a Adidas a relanzar el modelo Gazelle. A mediados de los 90, Levi’s se sacó de la manga una línea vintage, acaso la primera escenificación corporativa del potencial que posee vender ropa nueva con aspecto de vieja a precio de pieza única. Ahora era el turno de las Converse All Star.
2001, y miles de jóvenes de medio mundo llamaron por teléfono a su madre para preguntarle si aún guardaba aquellas zapatillas tan chulas y tan incómodas que les compraron en sexto de EGB. Las madres respondían que no –‘hijo, si te las compré porque no nos llegaba para unas Nike Air Jordan’- y colgaban el teléfono convencidas de que, con la pasta que se habían dejado en mandar a aquellos chavales a la universidad, se podrían haber comprado una segunda residencia cerca de algún campo de golf. Mientras esto sucedía, tres meses antes del lanzamiento del primer largo de The Strokes, Converse se declaraba en bancarrota. Dos años más tarde, en pleno boom del fashion rock, la firma fue adquirida por Nike por 305 millones de dólares. En 2011, Converse facturó 1500 millones de euros. Durante ese mismo periodo, el cuarto disco de The Strokes, Angles, despachaba 90.000 copias en su primera semana en las listas estadounidenses. A final de año, las cifras no alcanzaban el medio millón, cuando Is This It, su debut y uno de los motivos por los que Converse hoy es más de lo que incluso en su supuesta era de gloria fue, despachó 3,5 millones.
Durante los siguientes años, el mundo de la música mantuvo una actitud displicente con repecto a lo que habían traído The Strokes. Con desdén, se le llamó fashion rock. Era mierda, era moda. No era auténtico, real y a pie de calle, como debe ser el rock, aunque provenga de gente tan impostada como New York Dolls, tan cazurra como Iggy Pop o tan arribista como David Bowie. Todos ellos genios, y peores personas. En fin, que la tendencia empezaba a confundirse con la moda. Se culpaba a los modernos de la gentrificación, de la vanidad global, de la impostura general y de que las Converse costaran el doble que hace unos años. Y mientras la música y sus aledaños confundían una vez más moderno con moda, la industria del trapo preparaba su asalto final. Y es que no nos equivoquemos: el moderno no tiene un duro, por lo que jamás es una amenaza. Simplemente, forma las tropas de choque de las firmas de moda y las revistas femeninas. Limpia el terreno, ya sea con sus canciones, su ropa de segunda mano o sus diseños (flyers-revistas gratuitas-webs-apps sería la secuencia), el camino para que luego los chicos grandes lleguen y hagan negocio. Eso hicieron sin querer The Strokes. Y en esto estamos hoy.
Menos mal que mientras todo esto pasaba, miles de seres humanos genéticamente superiores pasaban de las modas. Ay, qué haríamos sin espíritus libres y auténticos…
(Última hora: Cuando terminamos de redactar esto -sí, vamos sobre la bocina, planificarse es de cobardes-, las tres noticias más leídas en Cultura hacen referencia a los Goya, pero la primera gira alrededor de Anonymous y las dos siguientes tratan sobre la alfombra roja. Lo dicho: todo es moda, y cuando no llega, tecnología)
Xavi Sancho, Muro De Sonido, El País, 21 de febrero de 2012