7 mar 2012

TODO ES MODA (Y II)


Y uno no puede más que pensar en el día en que se presentaron los posibles nombres para la última fragancia de la firma Mango. Y ahí estaban los creativos tratando de aunar pulsiones rebeldes con objetivos aspiracionales, conexión juvenil a través de la subcultura y ese punto fucsia tan necesario hoy día para dar visibilidad. Y entonces se lanza uno, el segundo más listo, y dice: ‘¿Por qué no la llamamos ‘Fashion Rock’? Y va el jefe y asiente, como ya hace tiempo que está acostumbrado a asentir cuando escucha cualquier frase que contenga estas dos palabras. Y entonces aparece el más listo, el que responde sin pudor ‘creativo’ cuando le preguntan qué es, y pone algo de cordura a la discusión, que se está volviendo taaaaan 2003: ‘¿Fashion? Demasiado obvio. Mejor Rock Delux’. Y se hace un silencio que es como un ‘oooh’. Y ahí está en un rincón el becario, que levanta la mano y pide la vez. Y le dan la palabra. “Perdón, pero me parece que este nombre, no sé, ¿eh? Pero, esto, que creo recordar que mi hermano mayor lee una revista de música que se llama igual”. Y se hace un silencio. Y el listo dice: ‘¿Una qué?’
En 2008, la revista In Style, en sus comentarios al respecto del atuendo lucido por las estrellas en la ceremonia de entrega de los premios Grammy de aquel año, se quejaba del look propuesto por Amy Winehouse. Según ellos, no iba vestida como una ganadora y merecía ser castigada por ello. Un año más tarde, la víctima era M.I.A., quien había acudido a la ceremonia embarazadísima y con un vestido que mezclaba topos gigantes y transparencias. La web de la MTV comentaba que la cantante parecía un globo y que, si de verdad quería saber algo sobre cómo parecer chic a punto de salir de cuentas, debería llamar a Cate Blanchet. Este último comentario fue la gota que hizo colmar el vaso de la paciencia de Emily Vesilind, experta en moda del diario Los Angeles Times. “Claro que estas mujeres no van vestidas como estrellas de Hollywood, ni siquiera como ganadoras, sea eso lo que sea. Van vestidas de estrellas del pop”, proponía Vesilind. En resumen, quien realmente no iba adecuada era Taylor Swift, que parecía sacada de un anuncio de Ferrero Rocher. Incluso Kings Of Leon aparecieron afeitados aquel año. El sopor de sus siguientes lanzamientos post-barbas confirmaba la vieja premisa de ‘donde hay pelo hay alegría’.
Dos años más tarde, Lady Gaga arribaba a la ceremonia de los Grammy vestida de Thierry Mugler e introducida en una suerte de huevo creado por Hussein Chalayan. Minutos antes, el estilista Nicola Formichetti anunciaba vía Twitter que la actuación de aquella noche, en la que Gaga debía presentar ‘Born This Way’ -acaso el single revolucionario más convencional de la historia del pop- sería una colaboración entre Haus Of Gaga y los dos creadores. Meses más tarde, Alice Fisher escribía en The Guardian una pieza en la que comentaba cómo el glamour estaba siendo desterrado por la extravagancia en el mundo del pop, deteniéndose en el éxito cosechado por propuestas tan alejadas del sentido común como las de la pareja de diseñadores The Blonds, o en el hecho de que incluso un tipo como Armani sucumbiera a la tentación de disfrazar a Gaga o Perry.
Habíamos pasado de dudar sobre las apuestas estéticas de dos mujeres con una propuesta musical interesante a celebrar las excentricidades alocadas de otras dos féminas que, a falta de propuestas musicales con cierto empaque, habían apostado por la extravagancia, y no sólo habían triunfado, sino que habían arrastrado tras de sí a la industria de la moda, encargada -desde el momento en que se decidió que la mejor forma de presentar el retorno de Lady Gaga era editar ‘Born This Way’ como single- de dotar de contenido a una nueva generación de estrellas del pop que harían canciones como las de siempre, pero se vestirían como nunca jamás osarían. No sólo habían logrado colocar lo musical como ruido de fondo, sino que ahora pretendían institucionalizar la extravagancia como virtud corporativa.
No sabemos si la revolución será televisada, o será una webserie, pero lo que está claro es que llegará patrocinada, y es casi seguro que el logo lo pondrá H&M, no EMI.
Y en ese disloque entre contenido musical y apuesta estética, ejemplificado de forma perfecta por Lady Gaga, se halla una de las claves para entender cómo, poco a poco, las canciones se han ido convirtiendo en pequeñas excusas para vender ideas muy grandes y casi siempre algo tramposas. Así, uno de los mayores méritos que se le pueden otorgar a Lady Gaga ha sido el de convencer a millones de personas tremendamente normales de que son raros y diferentes, a adolescentes de todo el planeta de que están frente a un ejercicio de innovación sin precedentes, a un puñado de raros de que el resto del mundo les envidia. Ha logrado homogeneizar el individualismo como nadie jamás pudo. Ha convertido el friquismo en tópico, le ha puesto lentejuelas al discurso de autoayuda y, sobre todo, ha logrado lo que parecía imposible: conseguir que el pensamiento positivo suene aún más hueco. Y todo esto lo ha hecho con sus trapos, no con sus canciones, porque, no nos engañemos, si su música fuera realmente original, o innovadora, o cómo quieran llamarle ustedes a algo que les tienta de llamarlo X, no vendería millones de discos. Actuaría a las seis de la tarde en el FIB. Y a esas horas y en estas latitudes, si se mete en un huevo, por muy Hussein Chalayan que sea el huevo, sale hecha un pollo asado.
La moda, de alguna manera, ha logrado que el pop más comercial se evite la molestia de tener que ir en busca de nuevo talento musical para regenerarse porque ya nadie quiere un disco sorprendente, sino un estilismo que comentar mañana en el trabajo. La moda es el nuevo directo -allí donde dicen que se esconden los dividendos- y en el futuro Madonna grabará para Gucci. La música pop, antaño paradigma de ejercicio artístico en constante evolución, se ha abandonado a su suerte como mero instrumento de satisfacción de necesidades puntuales. Ocio de acompañamiento, ya sea en forma de producto pop masivo o como de banda revival. Porque, al final, pasar de la moda y hacer las cosas como se hacían en 1972 no es más que otra decisión tendenciosa y destinada a satisfacer la necesidad de la nostalgia, pulsión pequeñoburguesa donde las haya. Es otra moda, la del pasado, igual de tramposa y rentable que la del falso futuro. Demonios, ¿por qué ya a nadie parece interesarle el presente?
Escribe Simon Reynolds en Retromania que la moda lo tiene más fácil para instalarse en discursos alejados de la progresión porque gestiona el revival a través de prendas y apuestas estéticas que han sido testadas y han soportado el paso de los años. La propuesta es dudosa desde el momento en que uno ve unos calentadores en una tienda de Bershka. Pero la simple intención de Reynolds por justificar el estancamiento en el progreso estético sin soltar con la otra mano el cuchillo con el que apuñala sin remisión la capacidad innovadora de la escena musical durante la pasada década es un ejemplo del enorme poder de sugestión de una industria, la del trapo, que, cuando se va de fiesta como si fuera 1964 se echa unas risas, no se angustia por haber traicionado su idiosincrasia. Eso sí, tal vez debamos agradecer a la moda que ahora mods y rockers no se aticen, sino que bailen juntos en protesta por un presente que no es ni la mitad de chulo que el pasado.
Y es que los fans de la moda son más felices que los fans de la música. Es un hecho fehaciente. Se divierten más, se pelean menos y se ríen casi todas las ocurrencias. Nosotros nos hemos pasado cuarenta años discutiendo sobre si eran mejores los Beatles o los Stones (cuando todo el mundo sabe que eran mejores los Kinks), hasta que nos hemos cansado y nos hemos embarcado en una irresoluble trifulca alrededor del futuro de la industria musical, el todo gratis, un tipo gordo que tenía una mansión en Nueva Zelanda, la muerte del intermediario y demás cómos que sustituyen a lo que fueron qués.
Pero esto va a cambiar. De hecho, ya está cambiando. Han ganado ellos, los de la moda. Como todas las derrotas, ésta sabe a vinagre, pero, miren ustedes por dónde, tiene un final de boca que es puro Château Lafite del 99. Y es que con toda esta globalización de la pasión por la indumentaria ha surgido una nueva raza: el experto en moda. Se trata de una mutación del anteriormente conocido como experto en música, y se reproduce que ríanse del mosquito tigre. Aunque el eternamente airado experto en música ejerce su profesión en pijama y desde casa (no tenéis ni puta idea… ), y el siempre incisivo e irónico sabio de la tendencia (¿soy yo o ese desfile es como un lookbook de Mango?) lo hace sobre sus Louboutins y sorbiendo frappucinos light en un Starbucks, lo cierto es que comparten gran parte de su ADN, especialmente el que les impulsa a la frase rimbombante, al comentario sabiondo e incluso al ocasional troleo. Y es que, claro, ¿qué se pensaban esta gente? ¿Qué se iban a poder quedar sólo lo mejor? De eso nada. Si hay una inundación, usted no abre la puerta y deja entrar el agua que necesita para fregar los platos. No, si abre la puerta, entra la riada (diletantes, infiltrados, medios cautivos, cazadores de publicidad, francotiradores del tópico... ), y lo que lleva la que ha propiciado este nuevo orden cultural global es una armada de gente irritada ante la ignorancia de los demás, ante la opacidad del sistema, ante los viejos centros de poder, ante todo el que no es como él. Suzy Menkes, has sido trolleada.
En la primera parte de esta eterna historia terminábamos apuntando que dos de las tres notas más leídas en la web de este diario al respecto de los premios Goya hacían referencia a la alfombra roja y no a cosas del cine, intentando detectar con este ejemplo dónde se hallaban los verdaderos intereses del público, y confirmando, de forma algo torticera, nuestras peregrinas teorías. Ahora, en un ejercicio de periodismo de riesgo, hemos decidido entrar en una web de moda para ver qué es lo más leído allí, y ha resultado que la entrada con más visitas es la del… ¡horóscopo!
Xavi Sancho, Muro De Sonido, El País, 6 de marzo de 2012